Leonor, una estudiante nueva y llena de entusiasmo, no podía imaginar lo que estaba a punto de desencadenar con un simple comentario en un foro de la UNED. Ella solo buscaba recomendaciones para sobrevivir el primer semestre, como cualquier estudiante sensato. Así que, cuando mencionó esos grupos de Telegram donde se compartían manuales en PDF, no pensó que estaba entrando en terreno minado.
Todo comenzó en calma, con algunas respuestas de estudiantes bienintencionados recordándole que el compartir materiales con derechos de autor era, bueno… ilegal. Pero lo que realmente desató el pánico fue cuando uno de los moderadores del foro apareció con una respuesta oficial que bien podría haber venido acompañado de sirenas de alarma: «¡La UNED no tolera la piratería!», decía. Y para Leonor, fue como si hubiera apretado sin querer el botón de autodestrucción.
Los foros se encendieron, pero el verdadero espectáculo comenzó en las comunidades de Telegram, esas mismas que Leonor había mencionado. Los administradores de los grupos, normalmente invisibles, aparecieron de repente y empezaron a debatir con urgencia. Entre los mensajes caóticos, uno destacaba:
— Administrador 1: «¿Habéis visto lo que ha dicho la UNED? ¡Van a denunciarnos a todos!»
En ese momento, era como si los administradores estuvieran corriendo por los pasillos virtuales de un edificio en llamas. «Borrar todo antes de que sea tarde», «Eliminar los grupos», «Cerrar Telegram y tirar el móvil al río» (bueno, quizás no tan dramático, pero casi). Mientras el caos reinaba, Admin 5, conocido por ser la voz de la calma, entró con una ironía que habría hecho reír a cualquiera menos a sus compañeros ansiosos:
— Admin 5: «¡Tranquilos! Esto es otro de los sustos de la UNED, como cuando dijeron que AvEx garantizaba una evaluación justa… y ya sabemos cómo terminó aquello, ¿verdad?»
Pero esta vez, su humor no sirvió para mucho. Otros administradores seguían con los nervios a flor de piel.
— Administrador 2: «¡¿Estás loco?! Esto no es una fiesta en la biblioteca, ¡es piratería! Nos pueden encontrar, aunque estemos en Telegram».
El ambiente se había tensado tanto que hasta los gifs de gatitos dejaron de aparecer en los chats. Finalmente, decidió votar. La mayoría eligió el camino seguro: borrar todo el material con derechos de autor y reconstruir la comunidad desde cero.
Sin embargo, entre todo este drama, lo que nadie mencionaba era el elefante en la habitación: ¿por qué demonios los estudiantes tenían que recurrir a estos grupos clandestinos para acceder a los materiales didácticos? ¿No se supone que la educación debe ser accesible? Los libros de texto eran caros, carísimos y las bibliotecas, aunque útiles, no siempre pudieron cubrir la demanda.
Leonor, ya en calma después de ver el caos que había provocado, se preguntó si no había una manera mejor de hacer las cosas. Al fin y al cabo, si los profesores compartieran los materiales didácticos en formato digital, todo este drama se habría evitado. El precio de los libros de texto era una barrera real para muchos estudiantes. ¿No sería más lógico que las universidades ofrecieran acceso gratuito o a un costo reducido a estos recursos esenciales? Al final, ¿no era eso lo que las bibliotecas representaban: acceso universal al conocimiento?
En lugar de asustarse y entrar en pánico por el miedo a una sanción, tal vez lo que realmente necesitaba cambiar era el marco normativo. Un sistema donde los docentes tuvieran la libertad y la obligación de compartir sus materiales didácticos con los estudiantes, eliminando la necesidad de recurrir a métodos «alternativos». Así, no solo se reduciría el estrés de los estudiantes, sino que también se nivelaría el terreno para aquellos que no podían permitirse gastar cientos de euros en libros de texto.
Leonor, ahora un poco más sabia y mucho más cuidadosa con lo que comentaba en los foros, se propuso abogar por ese cambio. Porque, al final del día, Telegram y el anonimato eran herramientas, pero el verdadero problema estaba en un sistema que seguía empujando a los estudiantes a buscar soluciones fuera de los canales oficiales.
— Admin 5, en su último mensaje de humor ácido, lo resumió perfectamente: «¿No sería más fácil que los profes nos pasaran el PDF? Digo yo, para evitar este culebrón… y no tener que andar escondiéndonos como si fuéramos traficantes de libros.»
Quizás no estuvieran tan lejos de la verdad. Y así, entre PDFs, Telegram y un sistema que claramente necesitaba actualizarse, Leonor entendió que, a veces, la verdadera lucha no es contra las normas… sino por cambiarlas.
El microrrelato que acabas de leer (o quizás decidiste saltarte, no te juzgo) es una ficción inspirada en el mensaje real que adjuntaste, sobre el uso de plataformas como Telegram para compartir materiales académicos. Todo comienza con un comentario inocente de Leonor, una estudiante entusiasta y completamente nueva en el mundo de la UNED, que simplemente buscaba consejos para sobrevivir al primer semestre. Pero lo que Leonor no sabía es que había entrado en un campo de minas virtual al mencionar esos grupos donde se compartían manuales en PDF, y el caos no tardó en desatarse.
Lo que podría haber sido una simple advertencia sobre los derechos de autor acabó por generar una reacción desmedida, casi apocalíptica, en los foros y los grupos de Telegram. Los estudiantes pasaron de comentar sobre exámenes a actuar como si la mismísima Interpol estuviera rastreando sus movimientos. Admins corriendo por los pasillos virtuales apagando incendios, borrando mensajes, eliminando grupos y recomendando que, si fuera necesario, ¡lanzaran el móvil al río!
Lo absurdo del asunto es que, entre tanto drama y paranoia, nadie parecía hacerse la pregunta obvia: ¿por qué demonios los estudiantes tienen que recurrir a estos métodos alternativos para acceder a material educativo? ¿No debería la educación ser más accesible? Al final del día, más que una cuestión de piratería, la verdadera problemática es un sistema educativo que deja fuera a muchos por no poder costear los recursos esenciales.
Telegram y el anonimato pueden ser herramientas útiles, pero la pregunta clave sigue siendo: ¿por qué todavía tenemos que usarlas para algo tan básico como acceder a material educativo?
Las circunstancias cambian, y si estás terminando la carrera, tal vez ser el propietario (Piter) de unos grupos donde se comparten materiales de forma ilícita, como manuales de estudio, pueda proyectar una mala imagen. Sin embargo, hubiera sido mejor avisar con antelación para no dejar a la gente en bragas. En fin, cómo han cambiado las cosas: de participar activamente en los grupos de Avex a prohibir la difusión del material didáctico que otras personas han compartido en sus propios grupos. En cualquier caso, siempre hay otros grupos en Telegram.