D E M O C R A T O P I A

La psicología de la adaptación. William James.

LA EVOLUCIÓN Y LA PSICOLOGÍA

La última psicología fundacional, la psicología de la adaptación, ha demostrado ser la más duradera e influyente en la psicología académica. En el S. XX, la psicología alemana de la conciencia (Wundt) se convirtió rápidamente en un producto anacrónico del pensamiento alemán del S.XIX y no sobrevivió ni al trasvase a otras culturas ni a la destrucción de su ecosistema intelectual por el nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

El enfoque que los psicólogos académicos han encontrado más atractivo y útil es el de la psicología basada en la evolución, sea ésta lamarckiana o darvinista. Con el dominio de la psicología estadounidense, la psicología de la adaptación ha dominado la psicología académica de una u otra forma.

Toda teoría evolucionista plantea dos cuestiones que pueden generar programas de investigación psicológica:

  • La cuestión de especie: si el cuerpo y el cerebro son productos de la evolución orgánica, cabrá preguntarse de qué modo esta herencia determina el pensamiento y la conducta de los organismos.
  • La cuestión del individuo: De forma análoga a la evolución orgánica, cuando una criatura crece, también se va adaptando psicológicamente al entorno. Esta cuestión nos conduce al estudio del aprendizaje, al diseño de investigaciones para descubrir cómo el individuo se ajusta a su entorno.

La evolución darwinista nos permite plantear y responder las preguntas que Hume no se hizo, ya que podemos preguntarnos de qué manera resulta adaptativo en la lucha por la existencia cada aspecto de la naturaleza humana. Esta pregunta conduce a la psicología comparada, a la etología y a la psicología evolucionista. Ambas cuestiones, la de especie y la del individuo, están interrelacionadas. Si las diferencias entre las especies son muy grandes, se necesitarán diferentes psicologías de la adaptación individual para las distintas especies. Por el contrario, si las diferencias entre las especies son pequeñas, entonces resultarán aplicables a todos los individuos las mismas leyes de aprendizaje independientemente de la especie a la que pertenezcan.

La frenología de Gall implicaba una psicología comparada que buscaba diferencias entre especies en cuanto a la posesión de sus facultades mentales. La concepción del cerebro como una máquina asociativa inicialmente informe, junto con la concepción de la mente como una tabula rasa en espera de asociaciones, hicieron que los psicólogos se concentraran en la cuestión del individuo y restaran importancia a las diferencias entre especies.

 

EL ORIGEN DE LA PSICOLOGÍA DE LA ADAPTACIÓN EN GRAN BRETAÑA

La psicología lamarckiana: Herbert Spencer (1820-1903)

Herbert Spencer fue el primer pensador que aplicó la evolución a la psicología y creó un marco de pensamiento que influyó y contribuyó a la creación de la psicología de la adaptación durante más de un siglo. Su obra “Principios de psicología” 1855, hace que pueda ser considerado fundador de la psicología de la adaptación.

Integró el asociacionismo[1] y la fisiología sensomotriz con la evolución lamarckiana, anticipó la psicología de la adaptación. En 1854 Spencer escribió: “La implicación inevitable, si la doctrina de la evolución es cierta, es que se puede llegar a conocer y comprender la mente sólo con observar cómo ha evolucionado”. He aquí el punto de partida de la psicología de la adaptación.

Spencer pasó a ocuparse de las dos cuestiones psicológicas planteadas por la evolución:

Con respecto al individuo, concebía el desarrollo como un proceso por el cuál las conexiones entre las ideas llegaban a reflejar con exactitud las conexiones entre los sucesos dominantes en el entorno. Estas conexiones entre ideas se establecían por contigüidad. Spencer escribió (1897): “En general, el desarrollo de la inteligencia depende de la ley según la cual, cuando dos estados psíquicos cualesquiera se dan en inmediata sucesión se produce un efecto tal que, si el primero de ellos vuelve a darse en otro momento, el segundo tiende a seguirle”. Esta tendencia es más intensa cuanto mayor es la frecuencia de asociación de las ideas. Todos los cerebros funcionan del mismo modo, por asociación, y difieren sólo cuantitativamente, por la riqueza de sus asociaciones. Como dijo Spencer (1897), “las impresiones recibidas por inteligencias inferiores, incluso por las ínfimas, son tratadas de acuerdo con el mismo modelo”. Por lo tanto, su respuesta a la cuestión de la especie, consiste en negar la existencia de diferencias cualitativas, tanto dentro de una misma especie como entre especies, y en reconocer sólo la existencia de diferencias asociativas de carácter cuantitativo. El «europeo hereda de sus ancestros entre 50 y 70 cm3 de cerebro más que Los Papúes», dijo. (en sudafrica seguro que acogieron sus ideas con los brazos abiertos y la mente cerrada…).

El marco de pensamiento de Spencer configuró la psicología de la adaptación durante más de un siglo. La psicología comparada iba a dirigirse al estudio del aprendizaje asociativo en un pequeño grupo de especies, y a orientarse a la cuantificación de una única dimensión de “inteligencia” asociativa a lo largo de la cual pudieran ordenarse las especies. Además, este tipo de estudios podían realizarse en el laboratorio sin tener en cuenta el medio propio del organismo estudiado.

Si el cerebro no es más que un mecanismo asociativo de estímulos y respuestas inicialmente vacío, como sugiere Spencer, entonces carece de importancia el hecho de que las asociaciones sean naturales o artificiales, si todos los organismos aprenden del mismo modo, los resultados de los estudios sobre los procesos de aprendizaje simples en animales, con su precisión, rigor y replicabilidad, podrán extenderse sin grandes modificaciones al aprendizaje del ser humano. Como veremos más adelante, todas estas conclusiones son de fundamental importancia para el conductismo, la psicología de la adaptación del siglo XX.

Spencer aplicó sus ideas evolucionistas a los problemas sociales contemporáneos, alumbrando así una teoría política bautizada, con poca fortuna, como darwinismo social. Spencer defendía que debía permitirse que la selección natural siguiera su curso en el género humano. Los gobiernos no deberían intervenir intentando ayudar a los pobres, los débiles y los desvalidos.

Cuando Spencer viajó por Estados Unidos en 1882, fue recibido como una celebridad. El darwinismo social resultaba enormemente atractivo en una sociedad capitalista basada en el laissez faire[2], ya que podía justificar la competencia más encarnizada sobre la base de que semejante competencia contribuía al perfeccionamiento de la humanidad.

La psicología darwinista

Spencer escribió su obra Principios de psicología cuatro años antes de que Darwin publicara “El origen de las especies”. En las ediciones posteriores, Spencer modificó su texto para reflejar las ideas de Darwin (y/o para vender mejor el libro). Entretanto, Darwin y otros pensadores empezaban a aplicar las ideas darwinistas a la psicología animal y humana.

Darwin y el ser humano

El principal desafío de El origen de las especies tenía que ver con lo que Huxley denominaba “el puesto del hombre en la naturaleza”. De acuerdo con el exhaustivo planteamiento naturalista del evolucionismo, el ser humano ya no era un ser que trascendiera a la naturaleza, sino que formaba parte de ella. Sin embargo, el libro de Darwin no aborda apenas el tema de la psicología humana. Tenemos constancia de que en sus primeros apuntes, que se remontan a la década de 1830, Darwin se interesaba por estos temas, pero parecía haberlos eliminado de su libro por considerarlos demasiado arriesgados. Hasta 1871 no publicó “El origen del hombre”, la obra que sitúa la naturaleza humana en el marco de la selección natural. El objetivo de Darwin en El origen del hombre era mostrar que “el hombre desciende de alguna otra forma de organización inferior”, una conclusión que, se temía, iba a ser “sumamente desagradable para muchos”.

El origen del hombre no es una obra primordialmente psicológica, y lo que pretende sobre todo es incorporar plenamente el ser humano a la naturaleza. Darwin consideraba que Spencer ya había sentado las bases para una psicología evolucionista. Sin embargo, su obra contrasta significativamente con Los Principios de psicología de Spencer. Darwin siguió las líneas de pensamiento de la psicología filosófica de las facultades, relegando la asociación a un segundo plano.

Darwin coincidía con Spencer en que la naturaleza de las diferencias entre las especies es cuantitativa, no cualitativa, y en que, los hábitos bien aprendidos pueden llegar a convertirse en reflejos innatos. La psicología de Darwin es parte de una biología evolucionista y materialista, mientras que la de Spencer, en contraste, formaba parte de una amplia metafísica que tendía hacia el dualismo y postulaba la existencia de algo “incognoscible[3]” que siempre estaría fuera del alcance de la ciencia. Darwin extirpó ese tumor metafísico de la psicología de la adaptación.

El espíritu dela psicología darwinista

Galton fue un ejemplo destacado del típico caballero diletante de la época victoriana. Introdujo el uso de las huellas dactilares, estudió hermanos gemelos para separar la contribución de la naturaleza y la crianza al carácter, la inteligencia y la conducta humana, intentó utilizar medidas conductuales indirectas (tasa de agitación nerviosa) para medir un estado mental, inventó la técnica de la asociación libre para indagar en la memoria, utilizó cuestionarios para recoger los datos sobre procesos como las imágenes mentales, etc. Gran parte de sus investigaciones fueron investigaciones psicológicas o sociológicas. El cuerpo de sus investigaciones era tan ecléctico que no se puede considerar como un programa de investigación, por lo que no se le puede considerar como psicólogo en el mismo sentido que a Wundt, Titchener o Freud.

Spencer inició la psicología de la adaptación, pero Galton la personificó. Su actitud ecléctica tanto hacia los métodos como hacia el objeto de estudio, así como su uso de la estadística, se convertirían a partir de entonces en características destacadas de la psicología darwinista. El estudio de las diferencias individuales es una parte esencial de la ciencia darwinista, porque sin variación no puede haber selección diferencial ni, por tanto, perfeccionamiento evolucionista de las especies. Su principal objetivo era demostrar que estas características son innatas, y medirlas luego para que pudieran informar la conducta procreadora del ser humano. El principal interés de Galton era el perfeccionamiento de los individuos, y creía que la reproducción selectiva podría mejorar el género humano con mayor rapidez que la educación. El programa galtoniano de reproducción humana selectiva era una forma de eugenesia positiva que intentaba conseguir que los individuos especialmente “aptos” se casaran entre sí. La eugenesia británica disfrutó solo de un éxito limitado en cuanto a su influencia política pública, las medidas adoptadas por el gobierno británico fueron relativamente suaves y consistían en internar a los incapacitados sociales en instituciones donde pudieran recibir cuidados (o maltratos). Aunque la eugenesia nació en Gran Bretaña, dentro del mundo de habla inglesa fue principalmente en Estados Unidos donde se puso en práctica.

El ascenso de la psicología comparada

Una psicología basada en la evolución debería requerir investigaciones orientadas a comparar las diversas capacidades de las distintas especies animales. La comparación de las capacidades animales y humanas se remonta a Aristóteles, y tanto Descartes como Hume reforzaron sus filosofías con consideraciones de este tipo. Galton estudió tanto al hombre como a los animales para descubrir las facultades mentales características de cada especie. La teoría de la evolución, sin embargo, dio un enérgico impulso a la psicología comparada, colocándola en un contexto biológico más amplio y otorgándole un fundamento teórico específico. A finales del siglo XIX la psicología comparada se desarrolló con fuerza hasta que, en el siglo XX, los teóricos del aprendizaje prefirieron estudiar animales en vez de seres humanos.

Podemos afirmar que la psicología comparada moderna surgió en 1872 con la publicación de “La expresión de las emociones en el hombre y en los animales”. Darwin anunciaba el nuevo enfoque en las primeras páginas del libro: “No cabe duda de que mientras se considere que el hombre y todos los demás animales son creaciones independientes, se estará poniendo de hecho un freno a nuestro natural deseo llevar tan lejos como sea posible la investigación sobre las causas de la expresión”. Sin embargo, quien admita “que la estructura y los hábitos de los animales han evolucionado gradualmente” podrá ver todo el asunto bajo una nueva e interesante luz. En el resto de su libro, Darwin examinaba los medios de expresión emocional que poseen los seres humanos y los animales, señalando la continuidad entre ellos y demostrando su universalidad en las distintas razas humanas.

La incursión de Darwin en la psicología comparada fue continuada sistemáticamente por su amigo George John Romanes (1848-1894). Romanes estudió las capacidades mentales de los animales, desde los protozoos hasta los simios e intentó determinar la evolución gradual de la mente a lo largo de miles de años pero murió antes de poder finalizar su psicología comparada. Su albacea literario fue C. Lloyd Margan (1852-1936), que en su propia “Introducción a la psicología comparada” (1894) criticó la sobreestimación de Romanes de la inteligencia animal. Romanes había atribuido pensamientos complejos a los animales. Margan, al formular lo que desde entonces se ha llamado canon de Morgan[4], defendió que las inferencias que se hicieran sobre la existencia de pensamiento animal deberían ser sólo las estrictamente necesarias para explicar alguna conducta observada. El último de los primeros fundadores británicos de la psicología comparada fue el filósofo Leonard T. Hobhouse (1864-1928), que utilizó los datos de la psicología comparada para construir una metafísica general evolucionista. También realizó varios experimentos sobre el comportamiento animal que, en algunos aspectos, anticiparon el trabajo de la Gestalt.

Estos psicólogos comparados combinaron en sus teorías la psicología de las facultades con el asociacionismo y recogieron algunos datos interesantes. Lo más importante, y controvertido de sus trabajos, fueron sus métodos y sus objetivos. Lo que Romanes introdujo un método objetivo y conductual en contraste con el método subjetivo de la introspección. No podemos observar la mente de los animales, sino sólo su conducta. Aun así, la finalidad teórica de los psicólogos británicos que estudiaban a los animales no era limitarse a describir la conducta, sino que querían explicar el funcionamiento de su mente, por lo que intentaban inferir procesos mentales a partir de su comportamiento.

Metodológicamente, la psicología comparada comenzó con el método anecdótico de Romanes. Éste recopilaba anécdotas de la conducta animal que le proporcionaban numerosos observadores con los que mantenía contacto, las analizaba para obtener información verosímil y fiable que pudiera utilizar para reconstruir el funcionamiento de la mente animal. El método anecdótico de Romanes carecía del control que permitían los laboratorios y se convirtió en el blanco de las burlas de los psicólogos estadounidenses de orientación experimental, en especial de E. L. Thorndike. El método anecdótico tenía la virtud de observar a los animales en situaciones naturales, no impuestas artificialmente. En los años sesenta la psicología animal tuvo grandes problemas precisamente por basarse exclusivamente en métodos de laboratorio controlados que pasaban por alto la situación ecológica del animal.

Desde el punto de vista teórico, inferir los procesos mentales a partir de la conducta planteaba problemas. Es muy fácil atribuir a los animales procesos mentales que tal vez no posean. El canon de Morgan constituyó un intento de remediar este problema exigiendo más prudencia a la hora de realizar inferencias.

Morgan distinguió entre dos clases de inferencias de la mente animal a partir de la conducta: las objetivas y las proyectivas (o eyectivas), como él las denominó de acuerdo con la jerga filosófica de su tiempo. Por ejemplo, cuando un perro se acerca babeando y moviendo cola a una persona concreta entre 100 podemos inferir objetivamente ciertas capacidades mentales en el perro. Éste ha de tener la habilidad perceptiva suficiente para elegir a uno de las personas entre todas (inferencia objetiva). Las inferencias objetivas son legítimas en ciencia, según Morgan, porque no dependen de la analogía, no son emocionales y son susceptibles de ser verificadas después experimentalmente. Las inferencias proyectivas, en cambio, no son científicamente legítimas porque son consecuencia de atribuir nuestros propios sentimientos a los animales y no pueden ser evaluadas con mayor objetividad. Morgan no afirmaba que los animales no tuvieran sentimientos, sino que éstos, sean lo que fueren, quedaban fuera del marco de la psicología científica.

La distinción de Morgan es importante, pero fue ignorada por la psicología comparada posterior. La subjetividad de las inferencias proyectivas (como calificar a las ratas de “felices” y “despreocupadas”) condujo a rechazar totalmente el estudio de la mente animal, obviando la validez de las inferencias objetivas propuestas por Morgan.

La psicología de la adaptación surgió en Inglaterra, lugar donde nació también la teoría moderna de la evolución. Sin embargo, el terreno más fértil para su desarrollo lo encontró en una de sus antiguas colonias, Estados Unidos. Allí la psicología de la adaptación se convirtió en la única psicología.

LA NUEVA PSICOLOGÍA ESTADOUNIDENSE

La filosofía autóctona de Estados Unidos: el pragmatismo

El club metafísico

En 1871 y 1872 un grupo de jóvenes de Boston, de familias adineradas y educados en Harvard (“la flor y nata de la población masculina de Boston”, según William James), constituyeron el Club Metafísico, en el que se reunían para hablar de la filosofía en la época de Darwin. Pertenecían al club Oliver Wendell Holmes (1809-1894), destinado a convertirse en el jurista acaso más distinguido de Estados Unidos, Chauncey Wright (1830-1875), Charles S. Peirce y William James. Los tres últimos fueron decisivos para la fundación de la psicología en Estados Unidos. Wright articuló una de las primeras teorías conductuales estímulo-respuesta, Peirce realizó los primeros experimentos psicológicos en el continente americano y James sentó las bases de la psicología estadounidense en su obra Principios de psicología (1890).

El fruto inmediato del Club Metafísico fue la única filosofía nacida en Estados Unidos: el pragmatismo, un híbrido de las ideas de Bain, Darwin y Kant. El club se enfrentó a la entonces dominante filosofía escocesa (dualista y estrechamente vinculada a la religión y al creacionismo) y propuso una nueva teoría naturalista de la mente.

De Bain tomaron la idea de que las creencias eran disposiciones para la acción. Bain definía las creencias como “aquello en lo que se basa la disposición a actuar del hombre”. De Darwin aprendieron a considerar la mente como parte de la naturaleza, no como un don divino. Wright combinó la definición de Bain con la teoría de la selección natural de Darwin y propuso que las creencias de las personas evolucionan exactamente de la misma manera que las especies. A medida que maduramos, nuestras creencias compiten para ser aceptadas, por lo que las creencias que resultan surgen de “la lucha por la supervivencia entre todas nuestras creencias originarias”. Ésta es la idea fundamental del enfoque individual de la psicología de la adaptación, y si sustituimos “creencias” por “conductas” estaremos anticipando las ideas centrales del conductismo radical de B. F. Skinner.

Wright también intentó demostrar cómo la conciencia de uno mismo, lejos de ser un misterio para el naturalismo, era producto de una evolución a partir de los hábitos[5] sensomotores. La autoconciencia surgía cuando una persona llegaba a darse cuenta de la conexión entre el estímulo y la respuesta.

Las ideas de Wright contribuyeron en gran medida a establecer la concepción de la mente como parte de la naturaleza y apuntan a la importancia que la psicología norteamericana (para la que las creencias son importantes sólo en la medida en que desempeñan un papel causal en la conducta) iba a conceder en el futuro a la dimensión conductual.

Charles Saunders Peirce (1839-1914)

No era un hombre de fácil trato y, a pesar de los grandes esfuerzos de James por conseguirle un puesto fijo en Harvard, lo único que consiguió para él fueron contratos temporales. A diferencia de James, cuyo estilo era fluido y convincente, Peirce tenía una prosa difícil y en ocasiones incomprensible. Peirce tuvo además poca influencia porque publicó muy poco en vida. No obstante, resumió el trabajo del Club Metafísico y dio al pragmatismo su primera formulación.

Como filósofo fundacional, Kant intentó sentar las bases filosóficas del conocimiento humano, pero aun así reconocía que el ser humano debía actuar basándose en unas creencias que no son totalmente seguras. Por ejemplo, un médico puede no estar absolutamente seguro de su diagnóstico, pero aun así debe actuar creyendo que es correcto. Kant denominaba a “esta creencia contingente, que constituyera base del uso de determinados medios para alcanzar ciertos fines, creencia pragmática”. El resultado escéptico de las meditaciones del Club Metafísico fue que no se podía estar totalmente seguro de ninguna creencia. A lo más que podía aspirar el ser humano era a tener creencias que le condujeran a actuar con éxito en el mundo, ya que la selección natural fortalece unas creencias y debilita otras en su lucha por la aceptación. El Club Metafísico llegó a la conclusión de que la verdad. a diferencia de lo que creía Kant, también evolucionaba. Así, lo único que quedaba para la epistemología era la creencia pragmática de Kant, que Peirce redefinió como “la máxima pragmática” reflejando las conclusiones del club.

En 1878, Peirce publicó esas conclusiones en un informe, “Cómo hacer que nuestras ideas sean claras”, Peirce (1878/1966) escribió que “la función del pensamiento consiste en producir hábitos de acción” y que lo que llamamos creencias son “normas de acción o, en resumen, hábitos”. “La esencia de las creencias”, afirmaba, “es el establecimiento de un hábito, y las diferentes creencias se distinguen por los diferentes tipos de acciones a que dan lugar”. En conclusión, “la regla para conseguir ideas claras es la siguiente: considerar qué efectos (que tengan presumiblemente repercusiones prácticas) tiene, a nuestro entender, el objeto que concebimos. Así, nuestra concepción de esos efectos constituye la totalidad de nuestra concepción del objeto”. O como el propio Peirce lo expresó de forma más sucinta en 1905: la verdad de una creencia “reside exclusivamente en su posible incidencia sobre la dirección de nuestra vida”.

La máxima pragmática de Peirce era revolucionaria porque renunciaba al viejo objetivo platónico de establecer una filosofía fundacional. Igual que Heráclito y los escépticos postsocráticos, admitía que nada puede ser absolutamente seguro y tomaba de Darwin la idea de que las mejores creencias son las que nos ayudan a adaptamos a nuestro cambiante entorno. La máxima pragmática es también coherente con la práctica científica. Peirce había ejercido como físico y había aprendido que los conceptos científicos eran inútiles, y por lo tanto carentes de significado, si no podían traducirse a algún fenómeno observable. La máxima pragmática anticipaba el concepto positivista de la definición operacional (Cap.11). La máxima pragmática anticipó también el giro conductista que adoptaría la psicología norteamericana, al mantener que las creencias (si tienen significado) se manifiestan siempre en la conducta, por lo que la reflexión sobre la conciencia por la conciencia misma es inútil.

Peirce no fue nunca un psicólogo, pero contribuyó al desarrollo de la psicología en Estados Unidos. Leyó algunos de los estudios de Wundt en 1862 e hizo campaña contra el continuado dominio de la psicología escocesa del sentido común y a favor del establecimiento de la psicología experimental en las universidades estadounidenses. En 1887 publicó un estudio psicológico sobre el color, el primer trabajo experimental realizado en Estados Unidos. Un discípulo suyo, Joseph Jastrow, se convirtió en uno de los psicólogos más destacados de la primera mitad del siglo XX y fue uno de los primeros presidentes de la American Psychological Association. En 1887, Peirce se planteó la pregunta clave de la ciencia cognitiva moderna: ¿Puede una máquina pensar como un ser humano? A pesar de todos estos logros, su influencia fue siempre increíblemente escasa. La gran influencia del pragmatismo en la filosofía y la psicología se debió a su colega William James.

El psicólogo estadounidense: William James (1842-1910)

Los Principios de psicología de James

Su libro “Principios de psicología” (1890) supuso un hito en la historia de la psicología norteamericana, ya que inspiró a los estudiantes estadounidenses como nunca lo habían conseguido ni la psicología escocesa ni Wundt, y marcó el estilo de la psicología estadounidense de entonces a hoy. James compaginaba los intereses habituales en un fundador de la psicología: la fisiología y la filosofía. Comenzó su carrera académica con un doctorado en medicina, y ocupó diversos puestos en la Universidad de Harvard. En un principio fue profesor de física; después estableció una cátedra de psicología que él mismo desempeñó; pasó sus últimos años como catedrático de filosofía. En sus Principios, James comenzó a desarrollar su filosofía pragmática.

“La psicología es la ciencia de la vida mental”, escribió James (1890). Su método principales la introspección ordinaria acompañada del “ingenio diabólico” del experimentalismo alemán y de los estudios comparados de hombres, animales y salvajes. James rechazaba el atomismo sensualista, la teoría de las bolas de billar que también rechazaba Wundt. Anticipándose a los psicólogos de la Gestalt, James afirmó que tal teoría tomaba las partes discernibles de los objetos como si fueran objetos permanentes de la experiencia, desmenuzando así de manera engañosa el flujo de la experiencia.

James descubrió que el contenido de la conciencia es menos importante que lo que ésta hace. Es su función lo que importa, no su contenido. La principal función de la conciencia es elegir. Escribió: “Siempre se interesa más por una parte de su objeto que por otra y, cuando piensa, acepta o rechaza, es decir, elige”. La conciencia crea los fines del organismo y se pone al servicio de ellos. El primero de esos fines es la supervivencia mediante la adaptación al entorno. Para James, la adaptación nunca es pasiva. La conciencia elige al actuar siempre dirigida hacia algún fin. El continuo flujo de elecciones influye tanto en la percepción como en la conducta. La mente de James no es la pasiva tabula rasa de los sensualistas, sino que lucha por alcanzar unos fines y se implica activamente en el mundo práctico de la experiencia.

Debemos tener en cuenta que para James la naturaleza de la conciencia es adaptativa en dos sentidos:

  • El primero consiste en que la conciencia dota de intereses a su poseedor. Las máquinas no quieren sobrevivir, y actúan meramente en virtud de hábitos preestablecidos. Si el entorno no es apropiado para esos hábitos, la máquina no se adaptará al entorno y morirá, porque no le importa vivir o morir. Pero habérselas con el cambio es la esencia de la evolución, y la conciencia ha surgido porque sin ella no podríamos adaptamos al entorno.
  • El segundo aspecto adaptativo de la conciencia, la elección, depende del deseo de supervivencia. La conciencia, según James, surge cuando los instintos y los hábitos no pueden hacer frente a nuevos retos. Uno puede ir en coche haciendo un trayecto conocido sin implicar a la conciencia (escuchando la radio o hablando con un amigo).

Para James estaba claro que la conciencia es un factor indispensable para la supervivencia, porque sin ella seríamos mecanismos de relojería, ciegos al entorno y despreocupados por nuestro destino.

Al mismo tiempo James defendía el camino de la fisiología y afirmaba que la psicología debe ser “cerebralista[6]”. Es fundamental el supuesto de que “el cerebro es la condición corporal inmediata del funcionamiento mental”. James aplaudió el intento de Hartley de mostrar que las leyes de la asociación son leyes cerebrales. Esto parecía llevar a James a una contradicción: la máquina cerebral tiene que elegir. Antes había afirmado que la conciencia desempeña un papel positivo en la vida animal y humana, y había rechazado de forma explícita el mecanicismo (o lo que él denominaba la “teoría del autómata”). Según James, el naturalismo evolucionista exigía la existencia de la conciencia porque ésta desempeñaba una función adaptativa vital. Una máquina estúpida no sigue ninguna dirección. Es como “tirar los dados eternamente sobre la mesa … ¿qué posibilidades hay de que salga más veces el número más alto que el número más bajo?”. James defendía que la conciencia incrementa la eficacia de la máquina cerebral “cargando los dados”.

El conflicto entre la concepción cerebralista de la conciencia que propone James y su creencia en la eficacia conductual de la conciencia se refleja claramente en su teoría de las emociones, la teoría de las emociones de James-Lange[7]. Esta teoría de las emociones ha influido a todos los psicólogos que han abordado el tema de las emociones, y aún se comenta ampliamente en la actualidad. Como psicólogo de la conciencia, James quería explicar cómo y por qué surge la emoción en la experiencia consciente.

Al formular su teoría de las emociones, James se enfrentó a problemas que siguen sin resolverse en la actualidad. El primero de ellos es también el más básico: ¿Qué es una emoción? Muchas, quizá la mayoría de nuestras percepciones tienen “una forma puramente cognitiva”. Las percepciones del fax, la alfombrilla del ratón o la caja de disquetes que tengo sobre la mesa son “pálidas y carentes de color y calidez emocional”. No cabe duda de que si me topase con un oso en medio del bosque mi percepción sería cálida (como poco). Pero, ¿en qué consiste esa calidez (la emoción de miedo)? ¿Qué se añade a la conciencia en el caso del oso que no se añade en el caso del fax? La respuesta de James estaba prácticamente dictada por la teoría refleja del cerebro[8]. Recordemos que esta teoría concebía el cerebro como algo similar a una centralita telefónica que proporciona la conexión entre estímulos y respuestas, pero que es incapaz de originar experiencias, sentimientos o acciones por sí misma. James le dio un giro dinámico a esta concepción pasiva del cerebro al sostener que todo estímulo percibido actúa sobre el sistema nervioso para provocar automáticamente una respuesta corporal adaptativa, aprendida o innata. Así, si un animal grande se abalanza rugiendo sobre mí, yo poseo la tendencia automática e innata a salir corriendo. Cuando voy conduciendo y se pone en rojo un semáforo, cuento con la tendencia automática aprendida a pisar el freno.

James concebía el cerebro como un simple dispositivo conector, no localizaba las emociones en el cerebro sino fuera de él, en las vísceras (se nos hace un nudo en el estómago por el miedo) y en los músculos que se ponen en funcionamiento para que podamos salir corriendo.

Con respecto a las emociones simples como el miedo o la lujuria (contrariamente a otras emociones más sutiles como la envidia o el amor), James creía que las sensaciones corporales más importantes constitutivas de las emociones surgen en las vísceras. En resumen, según la teoría de las emociones de James-Lange, el miedo no causa nuestro nudo en el estómago ni el hecho de que nuestras piernas corran, pero el nudo en el estómago y el movimiento de nuestras piernas tampoco son la causa de nuestro miedo, sino que simplemente el miedo es nuestro nudo en el estómago y el movimiento de nuestras piernas al correr. Las emociones son estados corporales.

En términos más generales, James afirmaba que los estados mentales tienen dos tipos de efectos corporales:

  • En primer lugar, si no existe algún tipo de inhibición, el pensamiento de un acto conduce automáticamente a su ejecución.
  • En segundo lugar, los estados mentales provocan cambios corporales internos, entre ellos respuestas motoras encubiertas, cambios en la presión sanguínea, secreciones glandulares y, tal vez, “procesos aún más sutiles”.

Los contenidos de la conciencia están determinados no sólo por las sensaciones que provienen del exterior, sino por nuestra retroalimentación cinestésica[9] (como se denomina actualmente) de la actividad motora del cuerpo. “Nuestra psicología debe, por lo tanto, tener en cuenta no sólo las condiciones que preceden a los estados mentales, sino también las consecuencias resultantes… El organismo neural en su totalidad no es más que una máquina que convierte los estímulos en reacciones; y la parte intelectual de nuestra vida está entretejida sólo con la parte central o media de las operaciones de esa máquina”. Y aquí está el problema para James. Si las emociones consisten en el registro de los estímulos que las producen (por ejemplo, el oso) y en las respuestas corporales desencadenadas por ellos (el nudo en el estómago y la huida), podremos preguntarnos si las emociones son en realidad causa de conductas. Si sentimos miedo porque salimos corriendo, entonces el miedo no será la causa de que corramos, sino un estado consciente que acompaña a esa acción. La teoría de las emociones de James-Lange parece bastante coherente con la teoría del cerebro como autómata que James rechazaba. La conciencia, incluida la emoción, no tiene más relación con la causa de la conducta que el color de un coche con ponerlo en marcha. El coche tiene que ser de algún color y los seres vivos, al parecer, tienen que tener experiencias conscientes, pero ni el color del coche ni la conciencia del cerebro hacen, en realidad, nada. Como ciencia de las causas de la conducta, la psicología podría no prestar atención alguna a la conciencia.

James se encontró atrapado en el mismo dilema que otros pensadores, el dilema entre el sentimiento de libertad, que brota del corazón, y la declaración científica de determinismo que hace el intelecto. Por su experiencia personal, James se hallaba profundamente comprometido con el libre albedrío. Cuando era joven sufrió una gran depresión de la que salió literalmente obligándose a sí mismo a querer vivir de nuevo y, acosado por la sombra de la depresión toda su vida, convirtió la voluntad humana en el eje central de su filosofía. No obstante, en su psicología, comprometido con el cerebralismo, se vio prácticamente obligado a aceptar el determinismo como la única concepción de la conducta científicamente aceptable. Se resistió firmemente a esta conclusión, denunciando las concepciones mecanicistas de la conducta humana y, como hemos visto, proclamando que la conciencia decretaba la supervivencia y gobernaba el cuerpo.

El legado de James a la psicología

James (1890) planteó acertadamente el tema de la nueva psicología como ciencia natural. La teoría cerebralista de la acción refleja posee un valor inestimable porque, al considerar la conducta como el producto de impulsos y hábitos motores fisiológicamente arraigados, se orienta hacia “el control y la predicción prácticos” que constituyen el objetivo de todas las ciencias naturales. La psicología ya no debería considerarse como parte de la filosofía, sino como “una rama de la biología”. James coincidía con Ladd[10] en un punto importante: ambos creían que la psicología científica, en realidad, no podía abordar muchas cuestiones importantes sobre la vida del ser humano. Por ejemplo, como hemos visto, James creía con vehemencia en el libre albedrío. En los Principios se ocupaba de la atención, un proceso importante mediante el cual, al parecer, decidimos libremente prestar atención a unas cosas y a otras no. Contrastó las teorías de la atención como “causa”, que afirman que atender es un acto deliberado, con las teorías de la atención como “efecto”, según las cuales la atención es un efecto producido por determinados procesos cognitivos que escapan a nuestro control. James no encontraba forma de decidir entre ambas teorías en términos científicos y terminó optando por las teorías “causales” en virtud de razones morales, porque estas teorías aceptan la realidad del libre albedrío y la responsabilidad moral. Pero como las consideraciones morales trascienden a la ciencia, James concluyó su capítulo sobre la atención sin mayor elaboración, señalando que se trataba de un tema que no podía quedar zanjado sólo sobre bases científicas.

James se ocupó también del futuro de la psicología como disciplina aplicada. Lo que la gente quiere, decía, es una psicología práctica que indique cómo actuar, que sea relevante para la vida. La psicología debería ser práctica, ser relevante. James no sólo expresó los objetivos cada vez más prácticos de los psicólogos estadounidenses a medida que éstos se iban organizando y profesionalizando, sino que además anunció su propia piedra de toque de la verdad: ideas verdaderas son las ideas relevantes para vivir. La siguiente tarea de James, pues, fue el desarrollo pleno de la filosofía típica de Norteamérica: el pragmatismo.

A mediados de la década de 1890 comenzaron a perfilarse los signos distintivos de una nueva psicología de carácter genuinamente americano. Los psicólogos norteamericanos estaban dejando de interesarse por el contenido de la conciencia y empezaban a centrar el interés en lo que hace la conciencia y en cómo ayuda al organismo, humano o animal, en su proceso de adaptación a un entorno en constante cambio. Los contenidos mentales estaban perdiendo relevancia en comparación con las funciones mentales. Esta nueva psicología funcional era el fruto natural del darwinismo y de la nueva experiencia americana. La mente, la conciencia, no existiría, como había dicho James en Principios de psicología, si no sirviera a las necesidades adaptativas de quien la posee. En los Estados Unidos de la década de 1890 estaba claro que la función primordial de la conciencia era guiar la adaptación a la rápida sucesión de cambios en que se veían sumergidos inmigrantes y agricultores, obreros y profesionales. En un mundo en constante cambio, las viejas verdades (contenidos mentales, doctrinas establecidas… ) se iban quedando desfasadas cada día. El universo de Heráclito por fin se había hecho realidad, y ya nadie creía en las ideas eternas de Platón. En este universo heraclíteo lo único constante y eterno era el cambio y, por lo tanto, la única realidad de la experiencia (objeto de estudio de la psicología) era el ajuste al cambio.

El pragmatismo de James

Con su pragmatismo, James propuso un nuevo tipo de estrella fija. James ofrecía un método que, más que descubrir verdades, las hacía, y al reformular el pragmatismo de Peirce incluyó en él los aprendizajes emocionales que éste no podía aceptar.

En una serie de trabajos iniciados en 1895 que culminaron en su obra Pragmatism (Pragmatismo), James desarrolló un exhaustivo enfoque pragmático sobre los problemas de la ciencia, la filosofía y la vida. Aseguraba que las ideas carecían de valor, o más exactamente, de sentido, a menos que influyesen en nuestras vidas. Una idea sin consecuencias era inútil y sin sentido. Como escribió en Pragmatismo:

Las ideas verdaderas son aquellas que podemos asimilar, validar, corroborar y verificar. Las demás son ideas falsas. Esto es para nosotros lo que distingue prácticamente a las ideas verdaderas… La verdad de una idea no es una propiedad inmutable inherente a ella. La verdad es algo que le ocurre a una idea. Ésta se convierte en verdadera, la hacen verdadera los acontecimientos. Su verdad es, de hecho, un suceso, un proceso”.

Hasta aquí, todo parece igual que en Peirce: estamos ante un enfoque darwinista estricto de la verdad. Sin embargo, James fue más allá de Peirce al afirmar que la verdad de una idea debía ponerse a prueba contrastando su concordancia. Según James: “las ideas (que no son sino parte de nuestra experiencia) se convierten en verdaderas en la medida en que nos ayudan a entablar relaciones satisfactorias con las demás partes de nuestra experiencia”. Por lo tanto, el criterio de verdad de James era mucho más amplio que el de Peirce y podía aplicarse a cualquier concepto, por fantasioso o metafísico que pareciese. Para los empiristas inflexibles las ideas de Dios o del libre albedrío carecían de sentido (es decir, no eran ni verdaderas ni falsas) porque no tenían contenido sensorial. Pero para James lo importante era que esas ideas eran relevantes para guiar nuestra vida. Si la idea del libre albedrío y su corolario[11], la responsabilidad moral, hacen que las personas tengan una vida mejor y más feliz que si creyeran en la teoría del autómata, entonces el libre albedrío será verdad o, más exactamente, se convertirá en verdad en las vidas y la experiencia de quienes lo aceptan.

Contra el frío positivismo intelectual del pragmatismo de Peirce, James reivindicó los derechos del corazón. Como James reconocía, su pragmatismo era antiintelectual al poner en el mismo plano el corazón y la cabeza en la búsqueda de la verdad. Los psicólogos funcionalistas y sus herederos, los conductistas, despreciarían igualmente el intelecto. El aprendizaje y la resolución de problemas, como veremos, pronto se explicarían en términos de ensayos y errores ciegos con sus correspondientes recompensas y castigos, no en términos de una actividad cognitiva dirigida.

El pragmatismo era una filosofía funcional, un método, no una doctrina. Ofrecía un punto de referencia en el firmamento para la teología, la física, la política, la ética, la filosofía y la psicología. Aunque no había esperanza de dar con una verdad definitiva e inmutable sobre Dios, la materia, la sociedad, la moral, la metafísica o la mente, al menos se podía saber qué preguntas plantear: ¿Es importante este concepto? ¿Es relevante en mi vida, en mi sociedad, en la ciencia? El pragmatismo prometía que, aunque no hubiera soluciones definitivas para ningún problema, al menos había un método de resolver concretamente los problemas aquí y ahora.

El pragmatismo de James renunció a la búsqueda de primeros principios reconociendo que, después de Darwin, ninguna verdad podía ser inmutable. James, a cambio, ofrecía una filosofía que funcionaba dejando a un lado los contenidos (las verdades inmutables) y volviéndose hacia las funciones (lo que las ideas hacen por nosotros). Mientras James llevaba a cabo esta tarea, los psicólogos iban desarrollando silenciosamente una psicología de la función, estudiando no las ideas que contenía la mente sino su papel en el proceso de adaptación del organismo a un entorno cambiante.

EL ESTABLECIMIENTO DE LA PSICOLOGÍA ESTADOUNIDENSE

La nueva y la vieja psicología

En Estados Unidos, a la psicología experimental se la llamó “nueva psicología” para distinguirla de la “vieja psicología” de los realistas escoceses del sentido común. La gran mayoría de los colleges estadounidenses estaban controlados por grupos protestantes y, en la década de 1820, el sistema escocés se instaló como salvaguarda contra lo que los líderes religiosos consideraban como las tendencias escépticas y ateas del empirismo británico, según la descripción de Reid. Las obras de Locke, Berkeley y Hume (y posteriormente las de los idealistas alemanes) desaparecieron de las aulas y fueron sustituidas por textos de Reid, Dugald Stewart y sus seguidores norteamericanos. La psicología del sentido común se enseñaba como un pilar de la religión y de la conducta cristiana.

No obstante, tras la Guerra de Secesión, la educación superior se secularizó en alguna medida y la balanza intelectual se inclinó hacia el naturalismo de la nueva psicología. En 1875 William James montó un laboratorio psicológico informal en Harvard, en relación con un curso de posgrado sobre “Las relaciones entre la fisiología y la psicología” del Departamento de Historia Natural. En 1887 comenzó a ofrecer un curso de “Psicología” en el Departamento de Filosofía. Harvard tuvo su primer Doctor en Filosofía en 1878: G. Stanley Hall (1844-1924). Discípulo de James, Hall era en realidad un psicólogo. Se trasladó a Johns Hopkins University, la primera universidad estadounidense con cursos de posgrado, y allí estableció un laboratorio y una serie de cursos sobre la nueva psicología.

La psicología de Hall iba mucho más lejos que la de Wundt, e incluía, de un modo ecléctico típicamente norteamericano, estudios experimentales sobre los procesos mentales superiores, antropología y psicopatología o “fenómenos morbosos”. Hall también cultivó enérgicamente la psicología evolutiva, impulsó el movimiento para el estudio de la infancia y acuñó el término “adolescencia”. Además, lideró la institucionalización de la psicología estadounidense, fundó el American Joumal of Psychology en 1887 y organizó la fundación de la American Psychological Association en 1892. Uno de los discípulos de Hall fue James McKeen Cattell ( 1860-1944), que posteriormente estudió con Wundt y Galton para finalmente regresar a Estados Unidos y establecer laboratorios de psicología en las universidades de Pennsylvania ( 1887) y Columbia (1891). Durante su estancia en Leipzig, Cattell propuso a Wundt estudiar las diferencias individuales en los tiempos de reacción, pero Wundt desaprobó el. La nueva psicología derrotó a la vieja, convirtiendo la psicología en una ciencia naturalista y objetiva. Sin embargo, el espíritu de la vieja psicología transformó profundamente la nueva psicología, alejándola de la limitada experimentación con sensaciones y percepciones realizada en los laboratorios y reorientándola hacia estudios socialmente útiles sobre la persona en su totalidad.

Hacia el futuro: la percepción y el pensamiento sólo existen por la conducta

En 1892, la psicología norteamericana estaba ya en marcha. En Europa, la psicología científica avanzaba a un ritmo muy lento incluso en Alemania, su país de origen. En Estados Unidos, en cambio, la psicología se desarrollaba rápidamente. En 1892 había catorce laboratorios; hasta había uno en Kansas, el situado más al oeste de todos. La mitad de ellos se habían fundado independientemente de la filosofía o de cualquier otra disciplina. La psicología pronto sería lo que en buena medida iba a seguir siendo: una ciencia norteamericana. Pero la psicología americana no iba a ser la tradicional psicología de la conciencia. Después de la llegada de la evolución a la psicología, la tendencia a estudiar la conducta en vez de la conciencia fue abrumadora.

Tradicionalmente, los filósofos se habían ocupado del conocimiento humano, de cómo formamos las ideas y cómo sabemos si son verdaderas o falsas. La acción resultante de esas ideas sólo representaba una mínima parcela de su campo de estudio. Por el contrario, en un contexto biológico y evolucionista, las ideas sólo son importantes si conducen a la acción. El Club Metafísico se dio cuenta de ello y formuló la máxima pragmática. La lucha por la existencia se gana con acciones eficaces, y cualquier organismo que se halle “aquejado de leves síntomas de pensamiento” más o menos profundo está condenado al fracaso. La esencia de la psicología de la adaptación era la idea de que la mente es importante para la evolución porque lleva a realizar acciones eficaces y, por lo tanto, es adaptativa. Como dijo James: Si alguna vez ocurriera que el pensamiento no condujese a tomar medidas activas, estaría dejando de cumplir su función esencial y tendría que considerarse como un pensamiento patológico o frustrado. La corriente de la vida que nos entra por los ojos o los oídos se supone que nos sale por las manos, los pies o los labios… La percepción y el pensamiento sólo existen por y para la conducta (citado por Kuklick. 1977. p. 169).

La psicología de la adaptación, de Spencer a James, continuó siendo, sin embargo, la ciencia de la vida mental, no la ciencia de la conducta. Pero buena parte de la conciencia estaba vinculada a la conducta. Aun cuando sólo fuese una estación de paso entre el estímulo y la respuesta, era real y merecía ser estudiada seriamente porque era una estación vital. James afirmaba que la conciencia decretaba la supervivencia y gobernaba el cuerpo para que éste actuara de forma adaptativa. Bajo la tendencia principal del mentalismo, sin embargo, fluía una tendencia secundaria que se dirigía al estudio de la conducta. Con el tiempo, esta corriente secundaria se convirtió en la corriente principal y, finalmente, en una inundación que prácticamente hizo desaparecer la Ciencia de la Vida Mental.

[1] Las teorías asociacionistas consideran que un fenómeno puede ser explicado a partir de la asociación entre elementos más básicos que el propio fenómeno, asociación que el sujeto ha vivido con anterioridad. Se supone que existen fuerzas que conectan dichos elementos y que deben ser descubiertas por la investigación psicológica para comprender bien los procesos psicológicos o el comportamiento.

[2] Expresión francesa que significa «dejad hacer, dejad pasar», refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos.

[3] incognoscible.

(Del lat. incognoscib?lis).

  1. adj. Que no se puede conocer.

[4] Establece que “una acción no se debe interpretar como resultado del ejercicio de una facultad psíquica superior si puede interpretarse como el resultado del ejercicio de una actividad psíquica inferior en la escala psicológica” (Boring, 1950/1983).

La máxima era no atribuir procesos mentales complejos a los animales cada vez que fuese posible explicar su conducta en términos más simples, y tener cuidado en las inferencias hechas a partir de la conducta animal, tratando siempre de encontrar la explicación “más simple” al fenómeno observado.

[5] Según Wright, una relación entre una clase de estímulos y determinada respuesta o respuestas.

[6] El cerebralismo dice que la mente humana es un producto del cerebro. Es el cerebro que fabrica la conciencia, el pensamiento, los deseos, las decisiones.

[7] La teoría de James-Lange propone que la corteza cerebral recibe e interpreta los estímulos sensoriales que provocan emoción, produciendo cambios en los órganos viscerales a través del sistema nervioso autónomo y en los músculos del esqueleto a través del sistema nervioso somático.

[8] La teoría refleja del cerebro suponía una nueva oportunidad y un desafío para la psicología, ya que prometía satisfacer la vieja ambición de abrir una vía a través de la filosofía para conectar mente y cerebro. El cerebro conectaba los estímulos y respuestas, mientras que la mente asociaba o conectaba ideas. Unas partes del cerebro reciben sensaciones, otras rigen acciones específicas, y la asociación de sensaciones y acciones produce la conducta. El cerebro es una compleja máquina refleja.

Las áreas sensorias del cerebro representaban el mundo, y las áreas motoras controlaban el cuerpo. Gran parte de nuestra conducta se produce sin que nos demos cuenta.

[9] Cinestesia o kinestesia o quinestesia es la rama de la ciencia que estudia el movimiento humano. Se puede percibir en el esquema corporal, el equilibrio, el espacio y el tiempo. Proviene del griego ???????, «movimiento», y ???????? /aísthesis/ «sensación», es decir, etimológicamente «sensación o percepción del movimiento» es el nombre de las sensaciones nacidas de la lógica sensorial que se trasmiten continuamente desde todos los puntos del cuerpo al centro nervioso de las aferencias sensorias.

[10]Filósofo estadounidense, n. Painesville, Ohio, grad. Western Reserve University., 1864, y Andover Theological Seminary, 1869. Fue profesor en Yale desde 1881 hasta su jubilación en 1906. Influenciado por Hermann Lotze, trabajó principalmente en la psicología experimental y fundó el laboratorio de psicología en Yale. Sus libros incluyen: Elementos de Psicología Fisiológica (1887, rev. ed. 1911) y Conocimiento, la Vida y la Realidad (1909).

[11] Proposición que no necesita prueba particular, sino que se deduce fácilmente de lo demostrado antes.

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