He tenido la brillante idea de unificar todas las entradas relacionadas con el acoso moral en esta publicación. Por supuesto, hemos protegido la identidad de la víctima, pero hemos decidido exponer las identidades de los agresores y agresoras. ¡Advertencia! Esta publicación puede herir tu sensibilidad y, si te sangran los ojos, probablemente sea por las faltas de ortografía.
En mi modesta opinión, hablar de compañerismo entre los estudiantes de la UNED es como afirmar que los Borbones son ejemplos de ciudadanía ejemplar. Pero bueno, la «realidad» es solo una construcción social y si la mayoría considera que hay compañerismo, mejor seguir la corriente. En la UNED, el compañerismo se limita a ayudar a alcanzar las mejores calificaciones posibles con el menor esfuerzo imaginable. Cualquier cosa que ponga en peligro ese objetivo no es compañerismo. Aunque quizás «compañerismo» no sea la palabra adecuada, ya que el porcentaje de estudiantes que comparten su trabajo no llega ni al 5%.
En esta publicación, nos adentramos en el mundo del acoso moral, un tipo de violencia mucho más común de lo que podríamos pensar. Y no hace falta decir que, para ser víctima de acoso moral, solo tienes que expresar una opinión que no sea del agrado de ciertas personalidades o actuar de manera que resulte incómoda. La cultura también juega un papel importante en el acoso moral, y en ese sentido, la cultura española es como un fertilizante para este tipo de comportamiento. Si conoces un poco la historia de tu país, seguramente habrás notado que el Estado ha «acosado moralmente» a diferentes colectivos a lo largo de los años. Durante los 40 años de franquismo, los rojos y los masones fueron acosados institucionalmente, y todos sabemos cómo acabó eso: miles de personas asesinadas y arrojadas a las cunetas. Claro, «algo habrán hecho». Esta cultura del acoso nos ha acompañado desde los tiempos de Pelayo, y aunque la democracia ha puesto fin al acoso institucional, la cultura del acoso sigue muy presente. Si tienes alguna duda, solo pregúntale a un gitano, a un negro, a un homosexual o a una persona sin techo.
Los procesos de acoso moral pueden parecer una tontería (sobre todo si solo se consideran los actos de violencia aislados), pero en conjunto pueden destruir a las víctimas. En este caso, estamos presenciando un caso de ciberacoso, donde la víctima ha decidido tomárselo con humor como parte de su estudio. Los agresores, en su mayoría, son unas niñatas que manejan sus frustraciones como pueden. La autoridad, como suele ocurrir en estos casos, no hace nada para poner fin a la situación y, por el contrario, su pasividad anima a los agresores. Y los espectadores, como en todos los casos de acoso moral, animan y alientan a los agresores. Porque, recuerda, no hacer nada también es una forma de violencia (violencia pasiva o por omisión).